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viernes, 29 de noviembre de 2013

Jardín Zoológico: La vidriera de los animales vivos

Está en debate qué tipo de zoológico respeta los derechos de los animales y, a la vez, es económicamente viable. El de la Ciudad de Buenos Aires tiene gran valor patrimonial pero carece de condiciones ambientales para albergar las fieras.

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El predio de Palermo, que ocupa un lugar impor­tante en el espacio pú­blico y uno tal vez más grande en la memoria afectiva de todos los porteños, está atravesado por distintos debates. Casi todos los aspectos relacionados con el Zooló­gico Eduardo Holmberg son obje­to de controversia. ¿Está bien tener animales en cautiverio? ¿La gestión debe estar a cargo del Estado o de privados? Un zoo, ¿debe dar ga­nancias? ¿Cuáles son las funciones que debe llevar adelante? ¿Debe ser primordialmente un paseo o lo indicado es que cumpla tareas re­lacionadas con la conservación o la investigación científica?
Está, por otra parte, la cues­tión patrimonial, específica de este zoo. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que hay que preservar los hermosos pabello­nes de comienzos del siglo XX, declarados patrimonio histórico nacional en 1997. Este requeri­miento, que impide hacer espacio para nuevas instalaciones, tampo­co se cumple plenamente, ya que muchos están deteriorados. Por su ubicación en el centro urbano, el zoológico no puede crecer, de manera que la cuestión del espa­cio agudiza el debate acerca de cuáles son las prioridades.

Modelos de cautiverio

En la Navidad de 2012, la muer­te de Winner, el oso polar, reabrió el debate. Para Bertonatti, “el zoo­lógico se transformó en un lugar donde los animales son cosas. Una colección de animales exhibida con fines comerciales. Un zoológico no se crea para eso. Un zoológico es una institución que tiene cuatro grandes objetivos: conservar la na­turaleza con énfasis en la fauna, educar ambientalmente, investigar y recrear”. Adrián Camps coincide: “El zoológico debe replantearse en su totalidad y no puede ser conce­bido como un centro de entreteni­miento donde se lucra con la ex­hibición de animales. Solamente el estado puede cambiar ese esque­ma, comenzar una reconversión y adaptarlo al siglo en que vivimos”.
Sin embargo, para Juan Pa­blo Guaita, actual director del Jar­dín Zoológico, los animales atracti­vos para los chicos sostienen a los otros proyectos: “Prescindir de los grandes animales es cerrar la puer­ta a un zoo al que la gente viene a encontrar una fauna que no ve nor­malmente. Si se hiciera, la afecta­ción sobre el público sería grave. Es una necesidad de que el zoo ten­ga una oferta importante para con­vocar público. Un parque de fauna autóctona no se podría sostener”.
La oferta de fauna está directamente vinculada con la de la rentabilidad, nece­saria en la medida que es gestionado por privados. Para Bertonatti, “es nece­sario tener una colección de animales coherente con los objetivos de un centro de conservación. Eso exige abandonar a los elefantes, los leones, los rinocerontes y adoptar los exponentes de la fauna argentina. Los em­presarios dicen que si no los tienen, la gente no va a ir de visita y yo aseguro que, si se hace un buen zoológico, la gente va a seguir yendo”. La postura del ex director y de otros que sostienen que los zoológicos tienen que cam­biar nos devuelve una imagen to­talmente distinta de estos parques, con otro modelo de gestión, otra razón de ser y otros objetivos, cada vez más lejos del espectáculo del “circo de fieras”.


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